¿Premonición?
Aquel muro se me clavó entero a mi cuerpo y me abrazó;
y pequeño entre sus mimos fui. Como una
madre se aferra al cuerpo de su hijo muerto en sus brazos, así fui mecido hasta
vomitar aquel llanto amargo de lágrima espesa. Llanto negro como la pez, que no podía parar de
salir de mis entrañas. Pareciera que el arrepentimiento se adelantaba a los
hechos o que un puñal llorara por aquella garganta que iba a ser inmolada.
Corría el llanto.
Fue como una catarata salida del alma que broto del
secano de mi vida.
Y ahora, después de los años, con el tiempo aferrado a mis cabellos, escudriñando aquel concreto pasado, aún no sé distinguir si sí o si no, a mí volvieron
más fuertes las legiones, tal vez por despejado el campo de cuerpos corrompidos y
muertos, una vez ya limpia mi alma y en sopor, entregada a la paz, o es que el
destino me enseñaba, sin yo saber en mi retina y sí, tal vez, en mi corazón, el camino
de una nueva vida. Y así, del mismo modo y sin saber, aquel llanto brotó a cambio
de la víctima por siempre anunciada, siendo mis lágrimas el adiós inconsciente
que resbaló de mi pecho a su encuentro. Pero yo, entonces, no sabía nada.
Epílogo.
Porque nunca me he echado atrás y siempre he luchado por
vivir, por impregnarme de las “gotas de
rocío que resbalan por las hojas del naranjo, y no ahogarme en el estanque”;
porque, a pesar de días sin luz y aciagos, negros; a pesar de vivir días sin
fuerzas y sin creer en mí, siempre he sentido la necesidad de amar y ser amado.
Es por esto que pienso que he vencido, que he ganado, si no todo, una inmensa
parte que creía perdida y la he encontrado al volver a encontrarte. "Parte" transformada
en un ser tangible, real. Pero, ¿es que siempre tienen que haber vencidos que sufran el terror de la amargura de la derrota?
No tengo la respuesta concreta,
todo depende de empeñarme en hacer un bonito hoy, a la espera de: un “siempre
bonito mañana.”